Recuperando nuestra capacidad de asombro
By OBISPO JOEL M. KONZEN, SM | Published septiembre 19, 2024 | Available In English
De vez en cuando recibimos recordatorios de que nuestra experiencia humana, incluyendo nuestra vida espiritual, está compuesta tanto de conciencia racional como emocional. Utilizamos nuestra razón para identificar la veracidad de una declaración y, nuestras emociones, para registrar el tipo de reacción o sentimiento que nos provoca aquello que ha ocurrido, algo que hemos percibido. Juntos, estos aspectos determinan la manera en la que procesamos lo que se nos presenta.
Un elemento que se origina en nuestras emociones pero que nos hace reflexionar, contemplar, es el asombro. Esta capacidad se experimenta especialmente en relación con el mundo natural: un paseo por el bosque, una mirada atenta al cielo nocturno o quedar cautivados por el comportamiento de los animales. Ver a un recién nacido, o sostener a ese niño recién nacido, provoca una sensación de asombro ante la creación y ante la maravilla de la existencia humana. Esto es asombro.
En el ámbito espiritual, el asombro es una puerta a lo místico: contemplar la profundidad de nuestra relación con Dios, reconocer el milagro de ser amados incondicionalmente por él y meditar sobre la forma en la que deseó que un mundo pecador pudiera ser reconciliado mediante la acción misericordiosa, el sacrificio, de su hijo.
Uno de los resultados de nuestras vidas impulsadas cada vez más por la tecnología es que nos hemos alejado de nuestro asombro cotidiano. Cuando la gente sale a correr o a pasear al perro, a “estar en contacto con la naturaleza”, a menudo está conectada a un podcast o revisando sus mensajes, opacando la naturaleza misma con la intrusión de experiencias creadas; sino nos encontramos conduciendo un vehículo o en un trasporte, mientras estamos prestando atención a los sonidos y a las imágenes generadas por dispositivos electrónicos para ocupar nuestra atención.
Esta realidad es la que nos impulsa a alejarnos a un lugar donde podamos recuperar un sentido primario de asombro, asombro ante el mundo natural y ante la grandeza de Dios y de todo lo que él nos ha dado. No tomarnos el tiempo para maravillarnos con las obras de Dios puede llevarnos a sentir que estamos abrumados, que fuerzas externas están reduciendo nuestra apreciación del don de la vida misma. Jesús descubrió que tenía que alejarse de la contienda, de las influencias externas, de la multitud, para reenfocarse en la oración y la soledad.
Cuando empezamos a sentir que, en palabras del poeta Wordsworth, “el mundo es demasiado con nosotros”, es momento de salir del ajetreo causado por nuestras muchas preocupaciones y recuperar nuestra reverencia, la cual inspira agradecimiento y admiración y sin la cual solo estamos parcialmente vivos en nuestro entorno. Nuestras casas de retiro tienen espacios en los que podemos recuperar ese sentido de asombro ante todo lo que Dios ha puesto a nuestra disposición. Algunas parroquias tienen jardines de oración que nos permiten hacer lo mismo. Pasar tiempo adorando al Santísimo Sacramento es una oportunidad para recuperar el equilibrio que proviene de conocer a Dios en la intimidad de la presencia amorosa de su hijo. Y las personas a las que les gusta caminar o experimentar el Camino de Santiago en España o ver las olas ondear en el océano descubren que esta es la forma en la que recuperan la sensación de asombro y una manera más sencilla de ser, aunque sea por un momento.
En nuestra sociedad orientada a la producción, no es sencillo dejarse llevar por el asombro y deleitarse con la belleza de las muestras con las que Dios se manifiesta. Cuando pienso en el asombro, pienso en el título de las memorias de C. S. Lewis, “Sorprendido por la alegría” (otra frase de Wordsworth), porque eso es lo que es: una pequeña y alegre sorpresa. No vivimos bien sin estas pequeñas sorpresas. Si hace tiempo que no experimentan el asombro, dejen el teléfono, aléjense de la computadora y encuentren ese espacio que les permita pronunciar una oración espontánea de agradecimiento por haber sido sacados del estupor de su servidumbre habitual a todo eso que no es Dios.