Reflexiones con motivo de la muerte del Papa emérito Benedicto XVI
By ARZOBISPO GREGORY J. HARTMAYER, OFM Conv. | Published enero 20, 2023 | Available In English
El 31 de diciembre de 2022, en vísperas de la Solemnidad de María, Madre de Dios, el Papa emérito Benedicto XVI regresó a la casa del Padre. El Papa Francisco pidió nuestras oraciones al final de su audiencia de los miércoles esa semana, diciendo: “Les pido una oración especial por el Papa emérito Benedicto, quien en silencio está apoyando a la Iglesia. Acuérdense de él, está muy enfermo. Pidan al Señor que lo consuele en este testimonio de amor a la Iglesia, hasta el final”.
La mañana de su muerte, alrededor de las 3 a.m., una enfermera que atendía al difunto Papa lo escuchó decir: “Señor, te amo”. El Papa emérito moriría poco más de seis horas después. Sus últimas palabras fueron un testimonio de su fe, esperanza y amor: fe en Jesús como Hijo de Dios, esperanza en su preparación para presentarse frente a Jesús como su juez, y amor a Jesús, como amigo y como hermano. En una de sus homilías, Benedicto dijo: “Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”. La amistad con Cristo fue verdaderamente un resumen de toda su vida.
En su Testamento Espiritual, escrito el 29 de agosto de 2006, el Papa Benedicto XVI reflexionó sobre su vida en un espíritu de acción de gracias. Expresó su gratitud a Dios por el don de la vida y por su misericordia. Agradeció a sus padres por su amor eterno y por transmitir el don de la fe. Recordó a su hermana y hermano, así como a los muchos amigos a lo largo de su vida. Recordó la belleza de su tierra natal, Baviera, y la de Roma, su “segunda patria”. Pidió perdón a todos los que agravió de alguna manera. También, ofreció un consejo claro a la Iglesia que dirigió tan fielmente: “Manténganse firmes en la fe”.
La fe fue un tema constante en la vida de Benedicto XVI, en su predicación y enseñanza. Una vez escribió: “La puerta de la fe” está siempre abierta para nosotros, introduciéndonos en la vida de comunión con Dios y permitiéndonos la entrada en su Iglesia. “Es posible cruzar ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida”.
No es de extrañar que el Papa San Juan Pablo II, el 25 de noviembre de 1981, convocara al entonces Cardenal Ratzinger a Roma para servir como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo que ocupó durante veinticuatro años y en el que sirvió como leal y fiel compañero junto al Pontífice. Si bien quiso renunciar en varias ocasiones, Juan Pablo II hizo caso omiso a sus solicitudes. Cuando el Papa Juan Pablo II murió, el 2 de abril de 2005, el Cardenal Ratzinger presidió la Misa de exequias. Allí pudimos apreciar un lado muy diferente del cardenal: vimos al pastor. Su homilía fue interrumpida varias veces con aplausos. Señalando la ventana del estudio del difunto Papa, dijo: “Ninguno de nosotros podrá olvidar como en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano y dio la bendición Urbi et Orbi por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre”. Las multitudes estaban extasiadas. El Cardenal Ratzinger se ganó el corazón del pueblo.
En su homilía del 18 de abril de 2005, el futuro Papa, como Decano del Colegio Cardenalicio, predicó a los cardenales antes del cónclave que lo elegiría. Hizo una breve lectura de los signos de los tiempos y advirtió contra “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo…” Oró para que el Señor, una vez más, nos diera “un Pastor según su corazón, un Pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor y a la verdadera alegría”. La próxima vez que lo veríamos sería en el balcón de la ventana central de la Basílica de San Pedro como el nuevo Pontífice. El Papa Benedicto XVI dijo: “Después del gran Papa Juan Pablo II, los cardenales me han elegido, un trabajador sencillo y humilde en la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes y, sobre todo, me encomiendo a sus oraciones”. La alegría y la emoción de los reunidos en la Plaza de San Pedro fue poderosa.
Su Papado fue muy fructífero, con viajes apostólicos y visitas pastorales, con encíclicas y libros, incluyendo la trilogía de Jesús de Nazaret, además de visitas Ad Limina con los obispos del mundo y encuentros con representantes ecuménicos e interreligiosos. Pidió perdón por la crisis de abuso sexual y estuvo dispuesto a reunirse con las víctimas. La humildad y la sencillez fueron los símbolos de identidad de su papado. El peso del Ministerio Petrino le pesaba mucho. Para sorpresa del mundo, anunció el 10 de febrero de 2013 que renunciaría como Sumo Pontífice aduciendo su salud y su avanzada edad. “Con respecto a mí, deseo también servir devotamente a la Santa Iglesia de Dios en el futuro a través de una vida dedicada a la oración”.
A través de las redes sociales, lo acompañamos en su viaje final desde San Pedro hasta la Residencia Papal de Verano en Castel Gandolfo. Un helicóptero que lo transportaba, rodeó la Basílica de San Pedro y la gran cúpula, y voló hacia la puesta del sol. A las 8 p.m. del jueves, 28 de febrero de 2013, mientras las campanas repicaban y los peregrinos sollozaban. Sus últimas palabras fueron: “Soy un simple peregrino que inicia la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quiero todavía, gracias, pero quiero todavía con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, trabajar por el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad”. Prometió reverencia y obediencia incondicionales a quien fuera el próximo Papa.
El 13 de marzo de 2013, el Cardenal Jorge Bergolio, arzobispo de Buenos Aires, fue elegido Papa y tomó el nombre de Francisco. El Papa emérito inmediatamente rindió homenaje al Papa Benedicto, y lo haría muchas veces más en términos de afecto, gratitud y respeto. El Papa Francisco también ha destacado su valentía y humildad. En una rueda de prensa, dijo de su antecesor: “Es un hombre de Dios, un hombre humilde, un hombre de oración. Me alegré mucho cuando fue elegido Papa. Además, cuando renunció, para mí fue un ejemplo de grandeza. Un gran hombre. ¡Solo un gran hombre hace esto!” En el servicio de las vísperas de Año Nuevo en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre dijo: “Es con emoción que recordamos su persona, tan noble y tan bondadosa. Y sentimos una gran gratitud en nuestro corazón, gratitud a Dios por haberlo dado a la Iglesia y al mundo, gratitud a él, por todo el bien que ha hecho y, sobre todo, por su testimonio de fe y de oración, especialmente en estos últimos años de su vida retirada… Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión, de los sacrificios que ofreció por el bien de la Iglesia”.
El 8 de febrero de 2022, el Papa emérito emitió una carta en respuesta a un informe sobre abuso sexual en la Arquidiócesis de Munich. Escribió sobre su profunda vergüenza y profundo dolor por el flagelo del abuso sexual clerical, y pidió perdón. El Papa emérito Benedicto XVI escribió: “Cada vez me llama más la atención que, día tras día, la Iglesia ponga al principio de la celebración de la Santa Misa, en la que el Señor nos entrega su palabra y a sí mismo, la confesión de nuestras culpas y la petición de perdón. Rogamos públicamente al Dios vivo que perdone nuestra culpa, nuestra grande, grandísima, culpa. Está claro que la palabra “grandísima” no se aplica de la misma manera a cada día, a cada día en particular. Pero cada día me interpela si también hoy no deba hablar de grandísima culpa. Y me dice de forma consoladora que por muy grande que hoy sea mi culpa, el Señor me perdona, si me dejo examinar sinceramente por él y si estoy realmente dispuesto al cambio de mí mismo”. El último párrafo de la carta es un vistazo al alma misma de Benedicto y es un hermoso reflejo para todos nosotros a medida que continuamos nuestro recorrido por la vida, ya sea largo o corto.
Muy pronto me presentaré ante al juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no solo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (paráclito). En vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el Señor, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: «No temas: Soy yo…». (cf. Ap 1,12-17).
Si bien el mundo ha perdido una gran voz de la verdad y la Iglesia Católica, un amado pastor, damos gracias a Dios por habernos bendecido con la vida y el ministerio de este “humilde labrador de la viña del Señor”. El Papa Benedicto XVI me nombró obispo de Savannah el 19 de julio de 2011. Me siento eternamente honrado y agradecido por su confianza en mí. Tuve el privilegio de conocerlo en Roma poco tiempo después de mi nombramiento. Me habló en perfecto inglés, notando que el nombre de Hartmayer era alemán. Me preguntó de qué región de Alemania. Cuando dije “Baviera”, sonrió y respondió: “al igual que yo”.
Era un hombre gentil y humilde. De la misma manera que el Papa Benedicto oró por la Iglesia a lo largo de toda su vida, y especialmente durante sus años de retiro, lo seguirá haciendo desde la casa del Padre. “¡Bien hecho, buen y fiel siervo!”
El Papa Francisco, en su homilía por su amado predecesor, oró: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”. Que en paz descanse y que su recuerdo sea eterno.