‘Señor, haz de mí un instrumento de tu paz’
Published abril 28, 2022 | Available In English
A menudo tengo la tentación de ver la paz como alcanzable solo si todo sale como lo planeé. Estoy tentado a ver la paz cuando no hay interrupciones, o en aquellas circunstancias en las que no hay tormentas y conflictos que conduzcan a la guerra. Estos pensamientos que tengo acerca de encontrar un estado perpetuo de paz dependen de circunstancias que están fuera de mi control. Sin embargo, he aprendido que la paz que perdura está relacionada con estar en la presencia de Jesucristo independientemente de cualquier situación o desilusión que pueda llegar a tener, y de todo lo que pueda amenazar mi sentido de bienestar.
“¡La paz este con ustedes!” Ese fue el primer mensaje que Jesús le dio a sus discípulos después de haber resucitado, cuando ellos estaban encerrados, temerosos y ansiosos por su futuro. Jesús no los recibió con reproche a pesar de que recientemente lo habían abandonado durante su pasión y crucifixión. Tampoco los juzgó indignos de su confianza en el futuro.
La paz es su don, y sus discípulos reconocieron que no es temporal ni se puede fabricar ni quitar. Jesús quería llenar sus corazones de paz y calmar sus temores.
Durante la Pascua, leemos los Hechos de los Apóstoles para reflexionar sobre el poder del Espíritu Santo para obrar en las vidas de los primeros seguidores de Cristo y traer reconciliación y paz a un mundo atribulado y amenazado por circunstancias desagradables. Algunos de los seguidores pronto serían encarcelados por su fe en Cristo, mientras que otros serían asesinados o exiliados. A pesar de todo esto, los discípulos moraban en la paz de Cristo y predicaban el arrepentimiento y el perdón de los pecados.
Lamentablemente, en la actualidad, las inquietantes noticias en el mundo revelan que el don de la paz de Cristo aún no ha sido recibido ni compartido por muchos. En su mensaje al Urbi et Orb, el Domingo de Resurrección, el Papa Francisco nos recordó “que no tenemos todavía el espíritu de Jesús, tenemos aún en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”.
La invasión y la guerra resultante en Ucrania, la realidad de los millones de refugiados desplazados, la posible escalada de la guerra más allá de las fronteras y la posibilidad de una hambruna apuntan al hecho de que los intereses propios han reemplazado nuestra necesidad de reconciliación y de centrarnos en Cristo como Príncipe de Paz.
Nosotros, quienes estamos mirando con ansias lo que sucederá en Europa o en otros países, no podemos quedarnos al margen esperando escuchar las últimas noticias, esperando que mañana sea un día mejor y que haya un cese al fuego. No podemos excusarnos de la tarea de compartir el don de la paz de Cristo con los demás en casa. No podemos aislarnos con debilidad o vergüenza y olvidar que debemos velar por nuestros hermanos y hermanas.
Jesús dice, “En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”. La paz es su regalo, y él la da como el mundo nunca podrá darla. Oremos por el don de la paz para que podamos ser llamados verdaderamente hijos de Dios.