‘Todos comieron hasta saciarse’
Published mayo 27, 2021 | Available In English
Es fácil posponer la profundización de la relación personal con Cristo en aras de pasar más tiempo resolviendo problemas. En mi ministerio pastoral como obispo, a menudo me siento tentado a convertirme en un administrador de crisis en lugar de un hombre de fe.
De manera análoga a la experiencia a la que se enfrentaron los Apóstoles durante la tormenta en el mar, mi papel como obispo no se limita a resolver problemas. Hay alguien en mi barca que tiene poder sobre la vida y la muerte y permanece siempre presente en el tabernáculo.
Como dice el Catecismo, “cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente?” ¿Dónde está nuestra fe actual en el amor de Cristo que se encuentra en la Eucaristía? La Iglesia está atravesando una crisis de fe eucarística. Podemos tener hambre de muchas cosas y esforzarnos por realizarnos de diversas formas que al final nos dejan con un gozo pasajero.
El Papa Francisco escribe: “Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mi vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo”.
Sin un enfoque adecuado en la presencia de Cristo en la Eucaristía, los cristianos pueden buscar el cielo únicamente como un destino sin buscar la gracia a través de Cristo para llegar a este. Jesús predica de manera muy conmovedora: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”.
Lamentablemente, para muchos católicos, recibir la Eucaristía se está convirtiendo cada vez más en un ritual y el hambre de la Sagrada Comunión ya no se siente. La creencia en la presencia real, la cual no es ni imaginaria ni simbólica, podría no continuar siendo un principio esencial de su fe católica. Muchos simplemente eligen vivir en el nivel pragmático y concluyen que cinco panes y dos peces nunca podrían alimentar a 5.000 hombres ni satisfacer su anhelo más profundo por la plenitud de la vida en Cristo.
Los primeros cristianos después de Pentecostés no se enfocaron en algún sueño de prosperidad, fama o euforia debido a una droga. Su enfoque no estaba en lo temporal sino en lo eterno, e incluso la segunda venida de Cristo era algo que se podía anticipar con gozosa esperanza. El Espíritu Santo los empujó a un mundo que era hostil y renuente, pero su fe en el Cristo eucarístico continuó siendo la fuente de su fuerza ya que sentían a Cristo con ellos.
Hoy, más que nunca, necesitamos la renovación eucarística que ha convocado la Iglesia, la cual está promoviendo nuestro arzobispo. Necesitamos tener hambre de un alimento que no perezca, sino que sea el cuerpo y la sangre de Cristo. Es este alimento, el verdadero alimento, el que nos brindará satisfacción y un gozo duradero.
A medida que nos alejamos de esta pandemia, meditemos sobre cómo Jesús desea amarnos, compartir con nosotros su propio ser y llenar nuestros corazones para que podamos alimentarnos y satisfacernos con él.