La fuente y el culmen de la vida cristiana en una pandemia
By BISHOP BERNARD E. SHLESINGER | Published marzo 4, 2021 | Available In English
Durante la pandemia, la dispensa general de la obligación de asistir a la misa dominical y los días santos de obligación ha ayudado a aliviar las conciencias de aquellos que no han podido asistir en persona a la misa debido al riesgo de contraer el virus o de enfermar a sus familias. Ahora que la gente se está aventurando a salir a lugares como restaurantes, y que las vacunas están aumentando, la dispensa general de la obligación dominical podría terminar pronto para los católicos de la Arquidiócesis de Atlanta.
Si bien la dispensa general podrían revocarse o simplemente expirar, esto no debería interpretarse como si la Iglesia ya no se preocupara por la salud física de sus hijos durante una pandemia. Aquellos que corren un alto riesgo de estar expuestos o exponer a otros pueden solicitar una dispensa por motivos graves. El fin de una dispensa general debería ser visto principalmente a la luz del cuidado de la Santa Madre Iglesia por la salud espiritual de sus hijos.
La Iglesia nos recuerda que la misa dominical es el lugar preeminente al que debemos asistir cada semana y que la recepción de la Santa Comunión es primordial para nuestra salud espiritual: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”. (Jn 6, 53).
Mientras tenemos hambre y trabajamos para comer y estar satisfechos en nuestra vida terrenal, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC por sus siglas en inglés) establece que lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la Comunión lo logra de manera admirable en nuestra vida espiritual (CIC 1392). Recibir la Comunión fortalece nuestra gracia para enfrentar cualquier batalla espiritual contra el pecado. Los mártires y santos de la Iglesia que nos han precedido conocían la importancia de la Eucaristía y se enfrentaban a grandes riesgos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Para ellos, la Eucaristía era una medicina de inmortalidad y una promesa de la gloria eterna.
El Catecismo nos dice además que el sacrificio eucarístico está totalmente orientado hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la Comunión (CIC 1382). Es el mismo Jesús quien nos invita a “tomar y comer” y a “tomar y beber”.
Debemos prepararnos adecuadamente para aceptar la invitación a cenar con él. Nuestra preparación debe incluir como mínimo lo siguiente: Examinar nuestra conciencia y confesar cualquier pecado mortal antes de recibir la Sagrada Comunión; observar el ayuno requerido (no comer ni beber al menos una hora antes); y practicar una actitud corporal adecuada (gestos, vestimenta) que manifieste el respeto, la solemnidad y el gozo de ese momento en que Cristo se convierte en nuestro huésped (CIC 1387).
La Iglesia se ha esforzado por mantener sus puertas abiertas durante esta pandemia y por ofrecer misas y adoración eucarística dentro de lo posible, cuando se han podido desinfectar las instalaciones, mantener los protocolos de distanciamiento físico seguro y observar los requisitos de los cubrebocas. Durante esta pandemia, nuestros sacerdotes se han esforzado enormemente para mantener a Cristo en la vanguardia de nuestras vidas y nos han recordado que la Eucaristía es “fuente y culmen de toda vida cristiana” (CIC 1324). Nuestro deber como católicos es cultivar nuestra hambre eucarística por el Señor, ya que solo Jesús puede satisfacer el anhelo más profundo de nuestros corazones.