Todos tenemos la necesidad de pertenecer
Published diciembre 24, 2020 | Available In English
Hay algo en esta época del año que despierta viejos recuerdos e historias para compartir con la próxima generación. Los abuelos cuentan historias a sus nietos y los hermanos vuelven a narrar las historias sobre sus padres.
Esta es una historia real.
En la Arquidiócesis de Baltimore, hay una magnífica catedral moderna en un barrio adinerado de la ciudad. El nombre de la Catedral es María, Nuestra Reina. Antes de la construcción de esa nueva catedral, la arquidiócesis utilizaba una hermosa iglesia antigua ahora conocida como la Basílica de la Asunción, la cual se encuentra en el centro de la ciudad. Esta basílica es la catedral más antigua en los Estados Unidos. Su construcción comenzó en 1806. El arquitecto que la diseñó también diseñó el Edificio del Capitolio en Washington, D.C.
Muchos fieles se sienten como en casa en la antigua basílica porque se ve y huele como una iglesia del pasado. Esa basílica es un templo de tradición religiosa.
Un año, pocos días antes de la Navidad, sucedió algo que puso en riesgo la rica tradición de la basílica. El pesebre y la escena del nacimiento se habían instalado en un espacio destacado del santuario. Cuando el sacerdote llegó para la misa de las 5 de la tarde, el sacristán lo recibió inmediatamente con la sorprendente noticia de que alguien había puesto un Snoopy en la escena navideña.
Algunas personas, para quienes la tradición era sagrada, querían que Snoopy saliera del pesebre. Sin embargo, otros feligreses estaban encantados con el nuevo visitante en el nacimiento. De hecho, el rumor sobre Snoopy y el niño Jesús se extendió por todo Baltimore y los padres comenzaron a traer a sus hijos para ver el nuevo pesebre de la muy antigua basílica.
Allí, en medio de María, José, el niño Jesús y los pastores vestidos con ropas tradicionales florentinas, se encontraba un Snoopy de peluche.
Nadie supo quién había puesto a Snoopy en el pesebre. La mejor suposición fue que un niño simplemente había querido darle a Dios su juguete favorito. Por eso el párroco, quien en ese entonces era Mons. Love (no me lo estoy inventando), declaró que, a pesar de la tradición, Snoopy se quedaba. Snoopy pertenecía.
Yo quisiera pensar que quien más feliz estuvo de dar la bienvenida a Snoopy fue San José, a quien el evangelio llama “el justo”. Ante el dilema del embarazo de María, José rompió con la tradición y adoptando a Jesús.
José le dio a Jesús lo que todos buscamos en la vida; un nombre, un hogar, una familia y un sentido de pertenencia. Al adoptar a Jesús como su propio hijo, José siguió el ejemplo del Dios justo que se encuentra a lo largo del Antiguo Testamento. Él fue un Dios justo que siempre adoptó a las víctimas más indefensas: los huérfanos.
Los huérfanos no son solo los que no tienen padres. También son aquellas personas a las que se les niegan sus derechos, quienes no tienen voz en el gobierno, los no nacidos, las minorías, los indocumentados, los no deseados y los desempleados.
La Buena Nueva de las Escrituras es que Dios adopta a los huérfanos y les da un nombre, una nueva identidad y un nuevo comienzo. Dios nos asegura a todos, especialmente a los que, en ocasiones, nos sentimos huérfanos, que nuestro Dios es el Emmanuel que está con nosotros, que nunca nos abandonará. Hay una necesidad innata en cada uno de nosotros de pertenecer, que quiere un nombre y una identidad.
Como cristianos bautizados, tenemos un nombre. Somos hijos de Dios. Dios tiene un nombre. Es Emmanuel. Dios está con nosotros. Tenemos una familia en la Iglesia y tenemos un sentido de pertenencia.
En la Arquidiócesis de Atlanta, estamos haciendo un esfuerzo especial para recibir en casa a los católicos que, por cualquier razón, se han alejado. Queremos que regresen a su hogar. Queremos que se sientan como en casa y queremos mantener esa intención en nuestras oraciones.
Dios nos ha enviado a cada uno de nosotros a este mundo con un mensaje especial para entregar, una canción especial para cantar y un acto especial de amor para efectuar. Nadie más puede pronunciar nuestro mensaje. Nadie más puede cantar nuestra canción. Nadie más puede encargarse de nuestro acto de amor. Son nuestros. Dios nos creó a cada uno de nosotros con un propósito. Si no transmitimos nuestro mensaje, cantamos nuestra canción o realizamos nuestro acto de amor, entonces una parte del plan de Dios no se cumple y una parte de su gloria no se ve.
Ninguno de nosotros en esta arquidiócesis hoy es demasiado joven para comunicar su mensaje, demasiado viejo para cantar su canción o demasiado débil para realizar su acto de amor. Independientemente de quiénes seamos, tenemos una misión en este mundo. Dios mismo no la ha otorgado.
Tan callado y humilde como era José, proporcionó un hogar cálido y amoroso en el que creció el niño Jesús.
No sé si Snoopy todavía se acurruca entre el ganado del pesebre de la basílica. Me gustaría pensar que así lo hace. Me gustaría pensar que todavía pertenece. Quizás lo encontremos en nuestra natividad, esperando la llegada del rey recién nacido. Su presencia allí nos recordará que Jesús nos da la bienvenida a todos en su vida y en la vida de la Iglesia. Lo que sí sé es que, si realmente queremos capturar el verdadero espíritu de la Navidad este año, podríamos seguir el ejemplo de José, el justo, y llamar a alguien por su nombre, dar a alguien un sentido de dignidad y un sentido de pertenencia.
Nosotros también tenemos la misión y el poder de hacer que el mundo sepa que todos somos hijos de Dios.