Regresando al puerto de la verdad y a la unidad
Published octubre 22, 2020 | Available In English
Hace poco, en una conversación con un obispo prominente, él mencionó: “Cada vez escucho decir más y más, ‘No estoy de acuerdo con el Papa’ o ‘No estoy de acuerdo con la Iglesia’. Y a estas personas no parece incomodarles demasiado el hecho de que están en desacuerdo con la Iglesia a la que llaman suya, es simplemente una declaración”. Ambos recordamos que ese es un sentimiento que no escuchábamos en nuestros hogares cuando éramos jóvenes.
Este obispo continuó diciendo que temía que esta fuera quizás la forma principal en la que algunos se estaban relacionando con la Iglesia Católica, como críticos. Ambos admitimos que había deficiencias en nuestra Iglesia que uno podría y debería cuestionar, pero que esperábamos que los católicos interesados y activos siempre quisieran y de hecho “regresaran al puerto de la verdad y a la unidad”, como lo dice la oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
En una Iglesia en la que las personas se relacionan principalmente como críticos, se pierde el sentido de unidad en el que el Papa y los obispos pueden realmente enseñar y en el que las personas participan como colaboradoras que buscan avanzar en el alcance de la misión evangélica. En nuestro país, estamos expuestos diariamente a poderosos mensajes políticos de todo tipo. Puede ser lamentablemente inevitable que, con el tiempo, nos casemos con una realidad que es más política que eclesiástica, en donde el mensaje y el curso de la Iglesia parecen menos convincentes que el drama siempre presente de las batallas políticas campales, hasta el punto que solo una de ellas puede hacer que la Iglesia sea similarmente cautivadora.
El mismo día que hablé con ese obispo, escuché a un miembro laico de la Iglesia local preguntarse cómo es que tantos católicos que comprenden y son bautizados y confirmados en la verdad de su fe eventualmente se desvían a otras religiones o a una vida donde no la practican. Alguien más en la mesa opinó que una cosa es ser educado con éxito en la doctrina de la fe, pero que las personas, especialmente los jóvenes, deben verlo respaldado por ejemplos de amor, acogida y generosidad para que la enseñanza permanezca y realmente viva en el católico individual.
También se admitió que algunos católicos no habían sido catequizados muy a fondo y podrían tener una comprensión deficiente del catolicismo y sus sacramentos desde el inicio.
Sospecho que estas son tendencias que generan preguntas en muchos de nosotros. ¿Cómo podemos ser fieles a la Iglesia, cómo podemos amar a la que ha sido nuestro hogar y, al mismo tiempo, no ignorar su constante necesidad de reforma (semper reformanda) ni dejar de trabajar por su aceptación más amplia por parte de los miembros actuales y futuros? Por supuesto que he prometido en una liturgia pública que permaneceré fiel a las enseñanzas de la Iglesia y a la dirección del Santo Padre, pero también lo han hecho todos los demás en nuestra Iglesia cuando renovaron sus promesas bautismales. Creemos, es decir, nos aferramos a una Iglesia que es una, santa, católica y apostólica. Y ocasional merecemos un recordatorio de cómo podríamos celebrar nuestra unidad en lugar de nuestra división como católicos.
San Juan Pablo II publicó una encíclica que comienza con la ferviente oración de Jesús en su pasión, “Ut Unum Sint“, “Que sean uno”, dirigida especialmente al deseo de unir a cristianos de diferentes tradiciones. Sin embargo, sabemos que esa no puede ser una esperanza viable a menos que este portador de la verdad al que llamamos la única Iglesia verdadera sea de hecho una y estemos de acuerdo en que enseña y busca vivir la verdad.