Preservar la creación de Dios es un deber sagrado
By Arzobispo Gregory J. Hartmayer, OFM Conv. | Published mayo 29, 2020 | Available In English
Laudato Si ’. Estas palabras fueron tomadas del hermoso Cántico de la Creación de San Francisco de Asís. El “Cántico de las Criaturas” o el “Cántico de la Creación” nos recuerda que nuestro hogar común es como un hermano con el que compartimos nuestra vida y una hermosa madre que abre sus brazos para abrazarnos.
El cántico continúa: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Madre Tierra, la cual nos sostiene y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.
El Papa Francisco declara: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”.
El pontífice continúa diciendo: “Hemos crecido pensando que éramos sus dueños y señores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Durante lo que llevo de vida, he escuchado que todos los papas han abordado los problemas que enfrenta nuestro clima y la calidad del aire que respiramos y el agua que bebemos.
Hace más de 50 años, cuando el mundo estaba al borde de una crisis nuclear, el beato Papa Juan XXIII escribió una encíclica, en la cual no solo se oponía a la guerra, sino que ofrecía una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in Terris a todo el “mundo católico” y a “todos los hombres y mujeres de buena voluntad”.
Ahora, enfrentamos a una crisis mundial diferente… el deterioro ambiental.
El Papa Francisco desea hablarles a todas las personas que viven en este planeta sobre las preocupaciones que menciona en esta encíclica. Busca entablar un diálogo con todos nosotros sobre nuestra casa común.
Ocho años después de Pacem en Terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica como “una consecuencia dramática” de la actividad descontrolada del ser humano. El pontífice dijo: “Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”. Se dirigió en términos similares a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación sobre la posibilidad de una “catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial” y subrayó “la urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad”, porque “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelcan en definitiva en contra del hombre”.
San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece “no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a sus fines de uso y consumo inmediato”.
Benedicto XVI renovó la invitación a “eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente”, y continúo diciendo que, “El mal uso de la creación comienza cuando ya no reconocemos ninguna instancia superior a nosotros mismos, cuando no vemos nada más allá de nosotros mismos”.
Estas declaraciones de los papas reiteran las reflexiones de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales las cuales todas han enriquecido la postura de la Iglesia sobre estas cuestiones.
Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y comunidades cristianas –además de otras religiones– han expresado una amplia preocupación y ofrecido valiosas reflexiones sobre estos temas que nos preocupan a todos.
El mundo entero está experimentando la pandemia del virus COVID-19. Ningún país está libre de ella. No hay vacuna.
Debemos responder como un mundo unido.
Tal como lo deja claro Laudato Si’, preservar la belleza y la generosidad de nuestra ecología local para las generaciones futuras es nuestro deber sagrado.