Unidad de los obispos de los Estados Unidos afirmada en conferencia de 100 años de antigüedad
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published noviembre 27, 2017 | Available In English
En 1917, el año que la conferencia episcopal de obispos de los Estados Unidos cita como su inicio, la preocupación principal era responder eficazmente a las necesidades pastorales de nuestra nación, en ese entonces en guerra. De hecho, el nombre inicial de la conferencia fue el Consejo de Guerra Católico Nacional (NCWC por sus siglas en inglés). En ese momento, los católicos americanos éramos (y todavía somos) profundamente patrióticos en cuanto a nuestro amor por esta nación. Los obispos querían comprometerse pastoralmente con nuestros soldados y sus familias en un momento en el que el mundo se encontraba en guerra. Los católicos en los Estados Unidos en ese tiempo eran generalmente identificados como inmigrantes de mayoría europea y estaban ansiosos de probar la sinceridad de su patriotismo.
Después de esa guerra, el nombre de nuestro consejo cambió. Luego nos llamamos al Consejo de Bienestar Católico Nacional, y la organización trataba con asuntos más sociales y pastorales. No todos los obispos apoyaban tan entusiastamente el consejo y algunos de los más influyentes dejaban saber su opinión en Roma. Finalmente la Santa Sede aprobó el consejo pero pidió que el nombre fuera sustituido por el de Conferencia de Bienestar Católico Nacional. Esta continuó siendo una organización estructurada basada en Washington hasta 1966, cuando en respuesta al Segundo Concilio Vaticano (Christus Dominus No. 38), todas las naciones fueron instruidas a establecer una conferencia de obispos.
El Cardenal John F. Dearden, arzobispo de Detroit, fue elegido en 1966 como el primer presidente en de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos (NCCB por sus siglas en inglés) y su brazo de política pública alterno, la Conferencia Católica de los Estados Unidos (USCC por sus siglas en inglés). Estas dos estructuras fueron finalmente unidas en una sola entidad, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés), en 2001.
Cuando el Obispo Joseph L. Bernardin fue transferido de ser obispo auxiliar de Atlanta en 1968 tras la muerte del Arzobispo Paul J. Hallinan, viajó a Washington para convertirse en el secretario de la conferencia, y jugó un papel fundamental en su organización. Antes de que yo fuera nombrado arzobispo de Atlanta en 2004, serví como el 12 º presidente de la USCCB. Por lo tanto, la Arquidiócesis de Atlanta ha tenido una larga conexión personal con la conferencia a través de los años.
El Papa Francisco nos ha pedido a los obispos de todo el mundo que utilicemos más eficaz y frecuentemente nuestras conferencias episcopales al abordar las cuestiones pastorales y sociales a las que nos enfrentamos. Las conferencias episcopales no son “supe diócesis”, y los obispos no perdemos ninguna de nuestras responsabilidades ni autoridad individual sobre las iglesias locales a las que servimos. Sin embargo, en última instancia, nuestras conferencias fortalecen nuestra autoridad ya que en ellas aprendemos los unos de los otros, nos aconsejamos mutuamente y apoyamos nuestro ministerio pastoral. Las conferencias episcopales incrementan el espíritu de fraternidad, un regalo imprescindible que necesita todo obispo.
Las conferencias deben realizar ciertas actividades juntas, tales como aprobar las traducciones litúrgicas que deben ser utilizadas en una nación determinada y establecer limitaciones fiscales que rijan las acciones diocesanas. Sin embargo, más allá de estas cuantas actividades, las conferencias episcopales sirven para unir a los obispos de un país frente a cuestiones públicas y pastorales que afectan a todas las personas de una nación en particular, siempre en unión con el Santo Padre. Nuestra conferencia episcopal cuenta aproximadamente con 400 obispos: 200 obispos diocesanos, 100 obispos auxiliares y 100 obispos jubilados. Cada uno es un miembro importante de la conferencia, aunque las responsabilidades varían según cada categoría.
Después de casi 34 años como miembro de nuestra conferencia, siempre ansío estar con mis hermanos y renovar amistades, orar con ellos, compartir nuestro ministerio de servicio y reafirme en mi ministerio. Nosotros los obispos seríamos mucho menos efectivos sin la conferencia. Me alegra que 100 años atrás, aquellos obispos hayan sugerido esta idea. Le ha servido bien a la Iglesia Católica durante un siglo, y creo que seguirá haciéndolo por los próximos 100 años.