Nunca es tarde para agradecerle a su sacerdote por su generoso servicio
By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published noviembre 3, 2016 | Available In English
Cada año hay solo 365 días vacantes disponibles para conmemoraciones especiales, con uno adicional cada cuatro años. El carácter de algunas de estas fechas es bastante reconocido, como el del Día de la Madre y el Día del Padre. Otras están creciendo en popularidad, como el Día de los Abuelos, Día de los Profesionales Administrativos e incluso el Día del Jefe. Algunos menos conocidos son el Día Nacional del Helado, Día de ir al Trabajo en Bicicleta y literalmente docenas de otros que la mayoría de nosotros nunca hemos escuchado y probablemente no celebramos.
Este pasado domingo fue el Domingo del Sacerdocio, y espero que muchos de ustedes no solo hayan recordado ese día, sino que también hayan encontrado la ocasión para agradecerle a un sacerdote que conocen y admiran. Tenemos muchísimos sacerdotes maravillosos al servicio de esta Iglesia local. Y si se les pasó darle las gracias a uno o varios de ellos este pasado domingo, una nota, un texto o una llamada telefónica ésta semana podría solventar cualquier olvido.
El Domingo del Sacerdocio, como muchas otras celebraciones anuales, fue creado recientemente y apenas se está convirtiendo en parte de nuestras conmemoraciones anuales. El día fue creado en respuesta a algunos de los juicios públicos que los sacerdotes han tenido que enfrentar en nuestro clima actual. Todos probablemente tengamos un sacerdote favorito que ha tocado nuestras vidas de maneras maravillosas — un párroco de la infancia cuya bondad y dedicación todavía trae una sonrisa a nuestros corazones, un joven sacerdote entusiasta que nos inspiró en nuestra adolescencia o incluso un sacerdote retirado cuya devoción permanente por el ministerio de la Iglesia continúa despertando la fe y confianza en nosotros.
Nosotros los sacerdotes no somos perfectos. Tal vez esa noción necesita ser reiterada. Sin embargo, tratamos de servir al Señor y a su pueblo con los talentos y fortalezas que Dios nos ha dado. Todos entramos en el sacerdocio con las mejores intenciones y objetivos. Y esas ambiciones todavía nos motivan. Los sacerdotes hemos conocido a mucha gente maravillosa que nos ha ayudado enormemente a perfeccionar y en ocasiones a moderar nuestros mejores esfuerzos. Hemos descubierto nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y así también lo ha hecho el pueblo de Dios. En nuestros mejores días, ¡elegiríamos con alegría el sacerdocio nuevamente sin pensarlo!
Todos nosotros apreciamos un cumplido o un “bravo” de vez en cuando, después de todo somos seres humanos como los demás. Es por esa razón que el Domingo del Sacerdocio fue instituido y por el motivo para el que fue creado. Ninguno de nosotros se convirtió en sacerdote para recibir adulaciones y a muchos simplemente nos avergüenza recibir cualquier reconocimiento público. Sin embargo, la palabra “gracias” es un bálsamo para toda alma humana.
Como el Arzobispo de esta Iglesia local y no solo como uno más de sus sacerdotes, debo también acordarme de agradecerles a mis hermanos sacerdotes por todo lo que hacen para servir al pueblo de Dios. De hecho, esta expresión de aprecio, es una de mis responsabilidades más importantes, ya que la gratitud y afecto del obispo son gran fuente de aliento para cualquier sacerdote. Recuerdo aquellos tiempos cuando el Cardenal John Cody me expresaba su afecto y apoyo. Podría haber vivido un mes solamente de dichos intercambios. Debo acordarme de agradecerles a nuestros sacerdotes con más frecuencia, como lo hago ahora públicamente con esta columna que reconoce su bondad y servicio generoso a todo el pueblo de Dios.
Si hay un sacerdote en algún lugar que haya enriquecido sus vidas quizás quisieran hacérselo saber. ¡Eso alegrará su día y quizá incluso su semana!