Paz en la Tierra: ¡No más guerra!
By ARZOBISPO GREGORY HARTMAYER | Published abril 1, 2022 | Available In English
En 1963, el Papa San Juan XXIII publicó su carta encíclica titulada Pacem in Terris (Paz en la Tierra).
Era la época de la Guerra Fría, la construcción del Muro de Berlín y una creciente amenaza de guerra nuclear. De hecho, Pacem in Terris fue escrita en respuesta a la crisis de los misiles en Cuba en la que el mundo evitó por poco una guerra nuclear. La encíclica señaló acertadamente que la paz solo puede lograrse obedeciendo la ley de Dios.
Mientras que los documentos papales hasta ese momento estaban dirigidos a los católicos, esta encíclica estaba dedicada a todas las personas de buena voluntad. Cuando Juan XXIII escribió Pacem in Terris, fue en el contexto de dos guerras mundiales, así como de conflictos nacionales a nivel mundial y en un momento en el que el mundo era aún más frágil. El documento dio un papel central al tema de los derechos humanos.
Entre los puntos que se hacen en la encíclica se encuentran los siguientes: Cada persona tiene derecho a la vida y a los medios necesarios para vivirla. Además, la humanidad entera tiene el derecho natural a ser respetada, a adorar a Dios, a vivir su vida como quiera, a trabajar y mantener una familia, a formar asociaciones, a emigrar y a desempeñar un papel activo en la vida pública. Todas las personas tienen también el deber de preservar su vida, respetar los derechos de los demás, trabajar juntos por el bien común y mantener una actitud de responsabilidad. Las relaciones entre los Estados también deben caracterizarse por la verdad, la justicia, la cooperación voluntaria y la libertad. Las naciones que han logrado un desarrollo científico, cultural y económico significativo no deben ejercer un dominio político injusto sobre otros Estados sino utilizar sus avances para promover el bien común mundial. Cada país tiene derecho a la existencia, el autodesarrollo y los medios para lograr su avance.
Actualmente, una vez más, estamos presenciando otra guerra de proporciones masivas. El 24 de febrero, Rusia comenzó su invasión a Ucrania. En palabras de un comentarista, esto “ha perturbado la vida de millones de personas y ha hecho retroceder drásticamente el reloj de la historia al siglo pasado, a la época de la Guerra Fría”. Se ha violado una nación soberana, se han ignorado los derechos humanos, millones de personas han buscado refugio en otros países, se han perdido vidas, se han destrozado familias y la situación sigue empeorando.
Los mismos derechos de los que habló largamente Juan XXIII en su documento han sido pisoteados. Las noticias e imágenes de Ucrania son realmente devastadoras. Nuestros ojos están llenos de lágrimas; lágrimas de angustia y lágrimas de dolor. Nuestros corazones están pesados, agobiados por una tristeza inconmensurable. El plan de Dios para su pueblo es paz, no destrucción, no guerra. Pero la paz de Ucrania ha sido arrebatada y las consecuencias son devastadoras. Quién sabe cuándo terminará esto o cómo terminará.
Desde que comenzó la guerra, el Papa Francisco ha hecho un llamado a la paz. En su discurso del Ángelus del 13 de marzo, el Pontífice dirigió su atención de manera especial a la ciudad de Mariupol que se encuentra sitiada desde hace varias semanas por las tropas rusas.
Él dijo: “Hermanos y hermanas, acabamos de rezar a la Virgen María. Esta semana, la ciudad que lleva su nombre, Mariúpol, se ha convertido en una ciudad mártir de la desgarradora guerra que está devastando a Ucrania. Frente a la barbarie de la matanza de niños, de personas inocentes y de civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: la inaceptable agresión armada debe cesar antes de que reduzca las ciudades a cementerios. Con dolor en el corazón uno mi voz a la de la gente común que implora el fin de la guerra. En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren, pongan fin a los bombardeos y a los ataques. En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza! ¡En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren y pongan fin a los bombardeos y atentados! Les pido que trabajen real y resueltamente en la negociación, y que los corredores humanitarios sean efectivos y seguros. En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza!
Si bien podemos sentirnos paralizados ante el poderío militar y la voluntad política, de ninguna manera estamos indefensos. Hay una batalla espiritual en marcha y el Santo Padre nos ha pedido orar y ayunar para convertir los corazones.
El profeta Jeremías escribió: “Porque yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre ustedes –oráculo del Señor–: son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza”. (Jeremías 29:11) ¡Bienaventurados los pacificadores! En la Solemnidad de la Anunciación, el Papa Francisco consagró a toda la humanidad, y en especial a Rusia y Ucrania, al Inmaculado Corazón de María para implorar la paz. Los obispos de todo el mundo se unieron al Santo Padre en el acto de consagración para orar por el fin de la violencia y el sufrimiento de personas inocentes.
El Pontífice escribió: “Este acto de consagración quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz”.
En Atlanta, el acto de consagración fue dirigido por el Obispo Ned Shlesinger en la Catedral de Cristo Rey el mismo día. La semana pasada, se llevó a cabo un Servicio de Oración por la Paz en Ucrania en la Iglesia del Espíritu Santo, en Atlanta. Los sacerdotes de la Iglesia Católica Ucraniana Madre de Dios y de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana de San Andrés y sus cantores dirigieron a la congregación en el “Moleben Durante Tiempos de Guerra”, el cual es un servicio de intercesión y súplica. Al final del servicio, se cantó el himno nacional de Ucrania.
Tan hermosas como son estas oraciones y gestos, debemos continuar orando, ayunando y apoyando los esfuerzos de socorro en curso. Incluso si la guerra terminara, hay que reconstruir vidas y restaurar una nación.
Volviendo a hacer referencia a la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII, utilizo su oración:
“Pidamos, pues, con fervor al divino Redentor esta paz que él mismo nos trajo. Que él borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que él ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad aseguren a sus compatriotas el don hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrecharlos vínculos de la mutua caridad, para fomentar la comprensión recíproca, para perdonar a cuantos nos hayan injuriado. Para que, de esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la paz tan anhelada. Amén”.