Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Three of the eight deacons, (l-r) William Kester, Joseph Odom Jr. and James Windom, prepare to go up on the altar for the Liturgy of the Eucharist during the Feb. 1 permanent diaconate ordination at the Cathedral of Christ the King, Atlanta, in 2020. Photo By Michael Alexander

El papel de los diáconos

Published febrero 5, 2021  | Available In English

El 6 de febrero, siete hombres se presentarán ante mí en la Catedral de Cristo Rey, y tendré el honor de ordenarlos a la Orden del Diaconado. Seis se convertirán en diáconos permanentes y uno en diácono transitorio. Un diácono de transición eventualmente se convierte en sacerdote, mientras que uno permanente sirve a la Iglesia en ese orden hasta la muerte.

La Arquidiócesis de Atlanta tiene la suerte de tener más de 300 diáconos permanentes que sirven en una variedad de capacidades en parroquias, escuelas, capellanías y otras entidades.

Esteban, uno de los siete diáconos mencionados en los Hechos de los Apóstoles, murió apedreado fuera de los muros de Jerusalén por ser discípulo de Jesucristo, convirtiéndose en el primer mártir de la Iglesia. Su fiesta se celebra el día después de Navidad.

Los Apóstoles les aseguraron a los primeros diáconos que cuando actuaran por amor, el Espíritu de Dios estaría con ellos en sus luchas para ayudarlos a encontrar las palabras y el valor para enfrentar el mal y el dolor, y desafiar a quienes amenazaban con lastimarlos a ellos y a sus seres queridos

Todos nosotros hemos visto este tipo de perseverancia en padres que siguen amando a sus hijos a pesar del caos que hayan hecho de sus vidas; en parejas que no renuncian el uno al otro sino que deciden trabajar juntas para reparar su matrimonio; en esas almas calladas y comprometidas que hacen su trabajo con dedicación no por dinero o porque sus supervisores lo exijan, sino porque saben que es importante.

La Orden del Diaconado les brinda a estos hombres y a la Iglesia la oportunidad de beneficiarse de la gracia del Sacramento del Orden Sagrado.

Jesús usa el ministerio diaconal para salvarnos de abandonar a las personas porque tenemos dificultades para aceptarlas y acogerlas. Un diácono de la Iglesia Católica no es principalmente un psicólogo, un trabajador social o un consejero. Un diácono es aquel que, al igual que su maestro, sale al encuentro de los pobres, los humildes, los rechazados y aquellos al borde de la muerte. Lo hace, no a distancia, sino identificándose con ellos: se vuelve pobre con los pobres, sufre con los que sufren; penetra la desesperanza de los desesperados para convencerlos de que nada puede interponerse entre ellos y el amor de Jesucristo.

En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco escribió, “Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con  prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos”.

Los diáconos son ordenados para compartir su amor con Cristo y su Iglesia. Ellos deben acudir a María, la virgen madre de Dios, y a José, su casto esposo, para que bendigan su buena obra. Deben esforzarse por imitar sus ejemplos de fe y valentía. María dijo simplemente, incluso en su momento de duda e incertidumbre, “Soy la sierva del Señor”.

Nuestros diáconos recién ordenados se convertirán en ministros del altar. Proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio y distribuirán el Cuerpo y la Sangre del Señor a los fieles.

Más aún, será su deber, bajo la dirección del arzobispo, exhortar tanto a los creyentes como a los no creyentes e instruirlos en la doctrina de la Iglesia. Presidirán oraciones públicas, administrarán bautismos y ayudarán y bendecirán los matrimonios, llevarán la Eucaristía a los moribundos y conducirán ritos funerarios.

Durante el rito de ordenación, prometerán rezar la Liturgia de las Horas por la Iglesia y por el mundo entero. No podrán ser siervos del espíritu de Jesús si no oran constantemente, si no se entregan a la contemplación regular de la belleza que ha aparecido en la encarnación ahora presente en el Santísimo Sacramento.

Al rezar la Liturgia de las Horas, día tras día, se acercarán íntimamente al Señor. Se verán cada vez más conformados a la imagen de Cristo. Orar no es opcional para los diáconos de la Iglesia. Es su sustento, su fuente de inspiración; un apoyo indispensable. Esos siete hombres han sido llamados a proclamar el Evangelio, a ayudar a las personas a escuchar la historia como propia y a utilizar los dones particulares que Dios les ha dado. Ellos pueden ayudarnos a conectar la vida con la fe. San Pablo les recuerda que deben usar sus dones, todos diferentes, según la gracia que Dios le ha dado a cada uno de ellos.

El amor que comparten con nosotros es el mismo amor que Cristo les ofreció al darles una vocación. Ellos siempre deben recordar que fue Cristo quien los llamó; quien los eligió.

Esos hombres han sido llamados a servir al pueblo de Dios con abnegación y humildad. Damos gracias a Dios por su generosidad y por decir “sí” a su llamado.