Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

El amor de Cristo nos apremia a reconciliarnos

By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published enero 26, 2017  | Available In English

Algunos de nosotros somos lo suficientemente viejos como para recordar cuando regularmente a los católicos nos daban instrucciones de no asistir a los funerales o bodas de nuestros vecinos, parientes o amigos protestantes. Fue un período incómodo porque el corazón humano busca unirse a sus seres queridos en esos momentos de gran dolor y profunda alegría. Creo que es la gracia del Espíritu Santo la que nos insta a buscar alguna expresión de unión eclesial en esos momentos.

Afortunadamente, hoy en día esas prohibiciones no son tan restrictivas, aunque la labor de la unidad cristiana está lejos de ser una realidad lograda. Todavía existen barreras significativas para una unión completa, y recientemente algunos de esos obstáculos han crecido considerablemente y se han vuelto más difícil de manejar. Algunas personas podrían menospreciar estas barreras como simples “normas creadas por el hombre” o sencillamente tradiciones insensatas. Sin embargo, lo que nos separa es real, y hace que la labor ecuménica sea mucho más compleja y difícil.

La unidad cristiana es todavía un trabajo en progreso, y la oración de Cristo permanece vigente: “… para que todos sean uno … ”(Juan 17:21).

A pesar de las diferencias que separan a las Iglesias cristianas, debemos hacer nuestras las palabras del Arcángel Gabriel a la entonces desconcertada y joven María: “para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1:37). Después de todo, la unidad cristiana debe ser la obra de Dios y no simplemente una aspiración ambigua pero noble de los hombres y mujeres de buena voluntad.

Hoy en día existen muchos ejemplos de Iglesias cristianas trabajando en conjunto  — esfuerzos compartidos para alimentar, vestir y albergar a los pobres y abandonados, logran reunir a cristianos en muchas comunidades a través de esta Iglesia local. Agradezco a todos los que hacen que tales esfuerzos sean posibles y profundamente satisfactorios para todos.

Hay momentos a través del calendario anual en que los cristianos se reúnen conjuntamente para observar un momento especial de fe, como un servicio de oración ecuménico del Día de Acción de Gracias o un ritual común de Viernes Santo que une a los cristianos para recordar la pasión y muerte del Señor. Algunas Iglesias tienen convenios desde hace mucho tiempo que las llevan a unirse para abordar temas de injusticia social. Cada una de estas oportunidades nos recuerda todas las cosas que tenemos en común y el valioso camino hacia una mayor unidad.

Desde 1908, los cristianos han observado un tiempo anual para orar por el regalo fundamental de unidad completa. La tradición comenzó en Nueva York con los episcopales y los católicos y desde entonces se ha convertido en ocho días mundiales de oración por la unidad cristiana. La semana concluye el 25 de enero con la fiesta de la Conversión de San Pablo. Este año, participé en el servicio de oración ecuménico de la Universidad de Emory el 24 de enero y uní mi voz a aquellos cristianos de otras denominaciones pidiéndole al Señor que sanara nuestras divisiones y que en su gracia y tiempo nos uniera más perfectamente en Jesucristo.

Espero que muchas oportunidades como esta de oración ecuménica y compañerismo logren conectar a las comunidades de la Arquidiócesis de Atlanta con nuestros amigos y hermanos cristianos. Recientemente hemos hecho grandes progresos en el aprendizaje de cómo cuidar uno del otro con mayor respeto y cariño.

El tema de la semana de oración por la unidad cristiana de este año es “Reconciliación: el amor de Cristo nos apremia” (cf. 2 Co 5, 14-20). Sin duda, la reconciliación por la que pedimos este año se dirige al espíritu de unidad cristiana que ha sido dañado por demasiados siglos de desconfianza, hostilidad y suspicacia. Sin embargo, nuestra oración por la reconciliación debe incluir también una sanación de las luchas internas y la dureza que existe dentro de nuestras propias comunidades eclesiales y tradiciones religiosas. Que el Espíritu Santo sane todas las diferencias que existen en el corazón de los cristianos para que la misión de Cristo de unidad sea alcanzada tanto dentro como entre aquellas familias de fe que se deleitan en llamarlo su Señor y Salvador y en llamarse a sí mismas cristianas.