Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Atlanta

Abordando las preocupaciones nacionales, el arzobispo envía un mensaje a los católicos locales

Published agosto 24, 2017  | Available In English

Archbishop Wilton D. Gregory
Photo By Michael Alexander

ATLANTA—Después de una serie de protestas y violencia racial en Virginia, el Arzobispo Wilton D. Gregory ha

manifestado un reto a ser civilizados y a buscar justicia y respeto, y compartió un mensaje personal de aliento con la comunidad católica de la Arquidiócesis de Atlanta. También habló sobre estos temas en una misa reciente en el Centro

Católico de la Universidad de Georgia, en Athens, y posteriormente dio una entrevista por correo electrónico a The Georgia Bulletin. A continuación se encuentran las preguntas y respuestas del líder espiritual de la arquidiócesis.

Desde su punto de vista, ¿cuál es el estado general de las relaciones raciales en la Arquidiócesis de Atlanta? En el tema de la raza, ¿cuáles cree usted que son las diferencias (de haberlas) principales que existen entre las áreas metropolitanas, suburbanas y rurales?

Siempre he creído que las personas son básicamente las mismas a pesar de nuestras muchas diferencias superficiales. Tenemos sueños, necesidades y temores similares. He encontrado que esto es cierto en las tres diócesis donde he servido. El racismo necesita ignorancia como su oxígeno. Donde quiera que las personas estén desconectadas las unas de las otras, existe la posibilidad de que comiencen a desarrollar conceptos erróneos sobre los demás, fantasías equivocadas que no están basadas en la realidad.

Afortunadamente aquí en Atlanta continúan habiendo muchas situaciones—de empleo, religiosas, residenciales y sociales—que acercan a la gente, propiciando oportunidades frecuentes de ver a otros como individuos. Esto no es una solución ni ha erradicado todas las formas de racismo, pero claramente ayuda en esa lucha.

También, en nuestro pasado reciente, hemos tenido la bendición de contar con un fuerte liderazgo moral y espiritual: el Dr. Martin Luther King Jr., el Arzobispo Paul Hallinan, el Rabino Jacob Rothschild, Coretta Scott King, el Dr. Ralph Abernathy, Hosea Williams y Andrew Young, son solo algunos de los más nombrados. Estas notables personalidades ofrecieron oportunidades para que la gente viera la dignidad del otro, y esto ha ayudado inmensamente. Estamos lejos de ser un ejemplo perfecto de armonía, pero hemos recibido la ayuda de un liderazgo fuerte y de ejemplos morales brillantes.

Necesitamos más oportunidades para encontrarnos unos con otros, y en ese aspecto nuestra comunidad metropolitana ofrece un ambiente único para contrarrestar la ignorancia que alimenta y enciende con demasiada frecuencia el racismo y la violencia. No soy ingenuo, tenemos mucho trabajo por hacer para lograr la verdadera justicia y armonía racial.
Un área que necesita mucha más atención es la restauración del discurso civil. Recientemente, las palabras de odio se han desatado en maneras que sobresaltan a muchos de nosotros y que francamente deberían asustarnos a todos. Actualmente vivimos en un mundo “que ignora la prudencia”, en el cual el lenguaje grosero y ofensivo, que con mucha frecuencia ha conducido a un comportamiento brutal, se ha dado rienda suelta.

Tal lenguaje duro e insultante ha dado lugar muy frecuentemente a actos de violencia que destruyen cualquier sentido de civilidad y decoro público. Deberíamos referirnos a tal discurso como lo que es: violencia pornográfica. Producir, ver o distribuir ciertos tipos de pornografía es un crimen. ¿Podría el lenguaje violento de odio ser considerado como otra forma de pornografía?

La paz, que las virtudes del civismo y el respeto—las cuales han sido honradas por tantos años—intentaron por lo menos establecer, ha sido quebrantada muy frecuentemente en formas que asombrarían a nuestros padres y a la sociedad de un pasado no muy lejano. El rechazo a lo que es “políticamente correcto” ha camuflado el lenguaje de odio otorgándose el título de verdad. Existen instituciones públicas y sociales y personas que deben adoptar una postura contra este deterioro de la decencia social y el bien común. Y nosotros, hermanas y hermanos, en la Iglesia a la que servimos, pertenecemos a una de las instituciones más importantes de este tipo.

Debemos convertirnos en el contrapeso de las leyes que solo parecen proteger los derechos de aquellos que inundan el ciberespacio con odio. Es mi deseo que transformándonos en voces de razón y civismo, podamos llegar a convertirnos en lo que el Papa Francisco ha logrado convertirse para el mundo, un vocero de una paz duradera y generalizada que es un signo de la verdad del Evangelio.

¿Qué escucha decir a los católicos de nuestra comunidad acerca del punto en el que nos encontramos en las relaciones raciales como Iglesia y comunidad religiosa en Georgia? ¿Habla la gente con usted sobre esto?

Debo confesar que escucho de algunas de las mejores personas en nuestra arquidiócesis, quienes lamentan el estado de las relaciones de la comunidad en esta Iglesia local. Ellos comparten su indignación y vergüenza por la forma en la que las personas de color aún son tratadas, e incluyen no solo a los afroamericanos, sino también a los hispanos, a nuestros hermanos judíos y musulmanes, a los miembros de las comunidades LGBT y a los pobres de todas las razas y orígenes étnicos. Este comportamiento despreciable es especialmente preocupante cuando proviene de nuestros hermanos católicos, quienes deberían recordar bien que nosotros los católicos fuimos víctimas un pasado reciente, simplemente por el hecho de ser católicos.

En su opinión, ¿cuáles son algunas de las cosas que estamos haciendo bien en esta Iglesia local para llegar a conocer mejor a otras personas, especialmente a aquellos provenientes de otras culturas y naciones?

Algunas de nuestras parroquias ofrecen festivales que invitan a feligreses de distintas culturas y nacionalidades a compartir sus habilidades culinarias, sus danzas y atuendos, y sus artefactos y música tradicionales en una celebración común. Estos eventos multiculturales nos ayudan a conocer y a apreciar la singularidad de otros pueblos, al mismo tiempo que estamos expuestos al amor universalmente común que todos compartimos por nuestras familias y a la buena comida, la música, la danza y la alegría de la comunidad. Realmente todos somos iguales.

Gozamos de una relación orgullosa e importante con nuestros hermanos y hermanas judías, la cual ha producido recientemente varios encuentros reconocidos. Nuestro Congreso Eucarístico invita a católicos de muchas tradiciones a reunirse para compartir su amor y reverencia por el Santísimo Sacramento y por la fe católica que tenemos en común. Nuestras escuelas son de vital importancia para ayudar a nuestros jovencitos a llegar a apreciar a otros como amigos y hermanos. Recientemente, establecimos la Oficina de la Diversidad Intercultural y Étnica, la cual ha escuchado las opiniones del personal de la Cancillería en relación al manejo de los diversos aspectos de la diversidad. Esta oficina está encargada de trabajar a través de las divisiones étnicas y culturales para unir a nuestra gente y a nuestros programas de una manera más coordinada. Estas son algunas de las oportunidades continuas que ofrecemos para reunir a las personas a través de esta extraordinaria Iglesia local.

Recientemente, usted confirmó, en otra entrevista, que los obispos de Estados Unidos están trabajando en un documento que es la continuación de la carta de 1979 “Nuestros Hermanos y Hermanas”, la última declaración pastoral conjunta de los obispos sobre la raza. Usted indicó que en esta ocasión, el documento tendrá un enfoque más amplio, que no simplemente incluye preocupaciones afroamericanas sino también aquellas de los hispanos, asiáticos y otras comunidades. ¿Puede usted compartir con nosotros más detalles sobre este documento?

El proceso de elaboración de este documento pastoral de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) va muy adelante. He mencionado que el área de alcance de esta carta pastoral se ha ampliado para prestar una atención particular a las preocupaciones de otros grupos culturales, raciales y sociales, ya que sabemos que el prejuicio y la intolerancia abarcan muchas áreas diferentes de la vida pública, y que a menudo impactan a la gente que se encuentra etiquetada despectivamente como “el otro”. El odio y la denuncia del “otro” es una preocupación pastoral que necesita la ampliación de esta carta para unir nuestros esfuerzos con los de nuestros hermanos de otras religiones, ya que juntos nos enfrentamos a esta plaga que ha capturado recientemente tal atención pública y que se ha convertido en el centro de tanta preocupación nacional.

¿Cómo están conectados estos problemas con el trato hacia aquellos en la comunidad inmigrante?

Están conectados porque ambas de estas situaciones niegan la dignidad y la igualdad de las personas. Ambas están basan en la falsa noción de que algunas personas no son dignas de pertenecer a este país, el cual ha sido desde su fundación un país conformado por personas que en su mayoría han venido de otros lugares, algunos en cadenas y otros en busca de una vida mejor para ellos y para sus familias.

La dura retórica y el trato punitivo a los inmigrantes que pueden o no tener una documentación actual no son esencialmente diferentes al odio y el fanatismo que las personas de color hemos sufrido desde el momento en que fuimos traídos a estas costas desde África. Gran parte de este comportamiento pecaminoso e inhumano proviene de la creencia, por parte de algunos, de que los beneficios de la ciudadanía pertenecen de manera exclusiva a aquellos de la cultura dominante. Parte de esta brutalidad y de este odio se deriva de la experiencia de la pobreza y el desaliento que los miembros de la clase dominante sufren y asignan falsamente a la distribución de los derechos y los privilegios y de las ventajas de “los otros”. Parte de la hostilidad y el odio racial contra los inmigrantes resulta de la concientización de que nuestra nación se está convirtiendo rápidamente en una realidad multicultural sin ninguna comunidad dominante ni etnia mayoritaria.