Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Ayunar del lenguaje hiriente, un reto cuaresmal

By ARZOBISPO WILTON D. GREGORY, Comentario | Published febrero 22, 2018  | Available In English

Cuando se trata de prácticas penitenciales para la Cuaresma, un mismo sacrificio no aplica para todos. A muchas personas realmente les gustan, si no es que prefieren, los mariscos (incluyéndome a mí). Así, que abstenerse de comer carne los viernes durante la Cuaresma no es una privación tan grande para algunos como pudiera serlo para otros. Ayunar no es hacer dieta, sin embargo, actualmente hay tantas personas haciendo dieta que un ayuno encajaría en el estilo de vida que ya han elegido. Por lo tanto, aquellos amantes de la comida de mar y quienes cuidan su cintura podrían necesitar otra penitencia más significativa durante esta temporada. La selección de la comida quizás no ofrezca la mejor plataforma para decidir una verdadera penitencia para la Cuaresma.

¿Me permitirían ser lo suficientemente franco como para sugerir otra cosa que podríamos hacer con nuestras lenguas que quizás sería mucho más difícil para todos nosotros? ¿Qué tal si ustedes y yo decidimos abstenernos del chisme y el discurso mordaz esta Cuaresma?

Esta penitencia podría ser beneficiosa para todos, ya que con mucha regularidad logramos decir ciertas cosas bastante horribles acerca de los demás. El discurso público actual se ha convertido en algo mucho más agresivo, insultante y ofensivo—quizás ofreciendo una justificación para nuestras propias conversaciones personales. Con frecuencia nos encontramos compartiendo comentarios verdaderamente reprochables sobre personas y situaciones. Seguramente, a otra edad nuestros padres nos habrían regañado y advertido sobre la forma en la que debíamos hablar como signo de buena crianza y cortesía. Podríamos haber sido incluso castigados por utilizar lenguaje vulgar.

Con las redes sociales difundiendo cada palabra (sin ninguna censura), todos escuchamos comentarios que ofenden y condenan a otras personas con osada indiferencia. Se nos informa que “la rectitud política” es un impedimento indeseado de la verdad y la honestidad. En un ambiente así, las figuras públicas que una vez fueron vistas como modelos de urbanidad y decoro ahora dicen casualmente cosas que ofenden, ridiculizan y degradan a otros. En este entorno, nuestro propio lenguaje y conversaciones se han disminuido a tal grado que sospecho que nuestros padres estarían sorprendidos y avergonzados al escuchar lo que ahora le decimos a otros sin vergüenza.

La Cuaresma acaba de empezar, y si todavía están buscando una penitencia apropiada para la temporada, quizás podrían considerar contener la lengua durante las próximas semanas de este tiempo sagrado del año. Esto no es algo que es único de nuestra edad ni era— aunque nuestra comunicación social ciertamente ha intensificado la necesidad de abordar el tema.

En su carta del Nuevo Testamento, Santiago nos recuerda que la lengua puede y a menudo es un peligro para la armonía de la comunidad:

“Lo mismo pasa con la lengua; es una parte muy pequeña del cuerpo, pero es capaz de grandes cosas. Consideren, ¡qué tan pequeña es la llama que enciende un bosque tan grande! De la misma manera, la lengua es también un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo que lo contamina todo. Está encendida por el infierno mismo, y a su vez hace arder todo el curso de nuestra vida. El hombre es capaz de domar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de criaturas marinas, y así lo ha hecho; pero nadie ha podido domar la lengua. Es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno mortal. Con la lengua lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. (Santiago 3:5-10)

Esta Cuaresma, en lugar de enfocarnos en lo que pudiera entrar en nuestras bocas, quizás pudiéramos pasar un poco más de tiempo considerando lo que sale de ellas. Pidámosle al Señor que nos ayude a domar aquellas de nuestras lenguas con las que lo alabamos y luego ofendemos a nuestros hermanos y hermanas. ¡Algo que no está mal como penitencia, pero que es de hecho bastante difícil si lo tomamos en serio!