Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Enseñándole a un niño sobre la Eucaristía

By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Comentario | Published mayo 5, 2017  | Available In English

Hace más o menos una semana estuve hablando con un joven padre cuyo hijo de 7 años de edad está a punto de hacer su Primera Comunión. El padre está muy involucrado en la preparación catequética de su pequeño para este feliz acontecimiento. Sin embargo, ha enfrentado algunas dificultades sobre la mejor manera de ayudar a su hijo a comprender la importancia y la verdad sobre la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento. El niño está muy emocionado con esta dichosa ocasión, pero parece renuente a aceptar todas las explicaciones de su padre sobre cómo ocurre, y puede ser real, esta maravillosa transformación de un simple pedazo de pan en el cuerpo vivo del Señor. Los términos y ejemplos católicos tradicionales que describen esta milagrosa realidad no parecen disipar su joven escepticismo.

Este jovencito, como todos nuestros niños, ha crecido en un mundo escéptico que está regido por lo empírico y considera que la mayoría de la terminología religiosa es algo sospechoso. Estas actitudes son aprendidas en una fase bastante temprana de la vida, como lo puede atestiguar ahora el padre de este pequeño.

Nuestro mundo prepara a nuestros hijos para creer solo en lo que pueden ver, observar y comprender. El don de la Eucaristía se sale de estos parámetros para todos nosotros, incluso para los pequeños que apenas están aprendiendo el lenguaje de la fe. Los grandes teólogos de la Iglesia han intentado explicar el misterio eucarístico, y la Iglesia ha aceptado el término de “transubstanciación” como el más preciso para describir la forma en la que ocurre esta divina verdad.

Pero quizás para un jovencito, y de hecho para todos nosotros, antes de que nos atrevamos a involucrarnos en la explicación de cómo sucede la Eucaristía, debemos comenzar con el “por qué” de este misterio. La Eucaristía viene a nosotros por amor, el amor de Cristo por nosotros, el cual es tan milagroso como lo es la transformación del pan y el vino en su cuerpo y sangre.

Desde muy temprana edad, los jóvenes intentan describir el significado del amor desde su capacidad en términos de su inocencia infantil. Dibujan imágenes que tratan de cuantificar el amor por sus padres. Dichas imágenes siempre conmueven y encantan a sus progenitores. Pero incluso los pequeños comprenden rápidamente que es imposible cuantificar o describir el amor por completo. El amor es un misterio divino que todos los seres humanos podemos compartir y difundir. Amar es la única actividad humana que comienza a reflejar adecuadamente la perfección divina.

El amor no puede ser comprendido ni explicado totalmente porque proviene de Dios. Incluso los más pequeños aprenden que el amor trasciende todas las categorías racionales. Los padres aman con tanta intensidad que se sacrifican voluntariamente por sus hijos y mutuamente. El amor inspira a la gente a hacer ciertas cosas que simplemente desafían las explicaciones racionales. ¿Por qué Cristo elegiría amarnos hasta el punto de estar dispuesto a permanecer con nosotros bajo las formas del pan y el vino? ¿Por qué el amor de Dios iría más allá de nuestros pecados adentrándonos en su propia vida a través de la Eucaristía?

Incluso con la sabiduría del rico lenguaje teológico que utiliza la Iglesia para describir la milagrosa transformación del pan y el vino en el Señor, todos estamos sorprendidos por el hecho de que lo haga por amor a nosotros. A medida que este joven padre ayuda a su hijo a prepararse para su Primera Comunión, quizá debería comenzar con el humilde ejemplo del amor por su hijo, el cual no puede ser descrito de ninguna otra forma más que diciendo que como padre, él se entrega tierna y completamente a su hijo.

El amor desafía explicaciones, y sin embargo es la primera razón por la que honramos la presencia Eucarística de Cristo, porque su amor por nosotros es perfecto y es la primera etapa en el misterio de la Eucaristía.

Quizá este jovencito podría necesitar más tiempo para captar la realidad de la presencia incondicional de Cristo en el Santísimo Sacramento, pero si acepta el amor de su padre, probablemente está en camino de entender el amor del Señor por todos nosotros, el cual se manifiesta en esa pequeña hostia que siempre resistirá incluso pruebas empíricas.