Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Lo Que He Visto Y He Oído (7 Febrero 2008)

Published febrero 7, 2008  | Available In English

Este banquete estuvo dedicado exclusivamente a los adultos para agradecerles a todos los adultos que hacen posible la existencia y el éxito de las escuelas católicas en toda la Iglesia regional. Todos los docentes, los entrenadores deportivos, el personal de admisión, el personal de mantenimiento, los administradores, y los que se dedican al desarrollo colaboran con padres, pastores, y feligreses para proporcionar el ambiente de fe y aprendizaje que ha hecho de las iglesias católicas del país un tesoro particular y único— que no es solamente para los católicos.

Yo soy católico hoy gracias a la escuela católica en la Arquidiócesis de Chicago. St Carthage era una pequeña escuela parroquial en la zona sur de Chicago. La década de los 50 presenció rápidos cambios raciales radicales en los barrios de la ciudad que tuvieron un impacto drástico en la población de las escuelas parroquiales. En aquel momento, el pastor de la parroquia y la directora dominica de Adrian decidieron abrir la inscripción de la escuela a niños no católicos que eran mayormente afro-americanos. Yo fui uno de los no católicos invitados a inscribirme.

St. Carthage tenía 8 hermanas dominicas de Adrian entre su personal, dos docentes laicos, y una maestra de danza de medio tiempo. Esta maestra se llamaba Sra. Green y ayudaba a organizar un show musical de talentos en la primavera todos los años. El personal era reducido pero increíblemente dedicado.

El pago de la educación costaba $40 por año para tarifa familiar y $30 por año por alumno. Había un cargo de $10 por alumno para libros y un cargo de $2 para exámenes. Cada clase tenía cerca de 40 alumnos. Casi todos los niños caminaban a la escuela—volvían a la casa a almorzar, y luego regresaban a clase. Obviamente las cosas han cambiado … mucho. Y con sólo ver cómo era en la década de los 50, no podremos volver a esa época— la gasolina costaba en ese entonces entre 14 y 19 centavos por galón. El mundo ha cambiado dramáticamente.

Sin embargo, la atmósfera en St. Carthage era sin duda la de una escuela católica. Los maestros dejaban que la fe católica se vinculara y reflejara en cada materia: historia, geografía, inglés, ortografía y, por supuesto, la primera clase diaria que era religión. Rezábamos antes de comenzar las clases y antes de partir para ir a almorzar. Teníamos misa en la escuela todas las semanas.

El ambiente emanaba el orgullo y la alegría que los maestros tenían en la fe católica. ¡Y una de las maestras laicas no era católica! Este ambiente tuvo un impacto profundo en mí, un joven alumno de 6to grado. Yo estaba desesperado por pertenecer a esta fe que era fuente de tanto placer y satisfacción en la vida de los sacerdotes, las hermanas, y la mayoría de los otros alumnos. Nadie me presionó para que me volviera católico y, en realidad, muchos de los alumnos no católicos nunca se unieron a la Iglesia. Pero yo estaba fascinado con todo lo que estaba aprendiendo sobre el catolicismo.

La escuela católica deber ser, sin lugar a dudas, un lugar donde se enseñe la fe católica, pero también es muy importante que sea un lugar donde, al presenciar la fe y el entusiasmo por ella, la gente se sienta fascinada, inspirada, atraída, y cautivada por el catolicismo—tanto católicos como no católicos.

Las 24 personas que fueron agasajadas en el banquete del sábado pasado representaban a muchísimos otras personas que han trabajado por nuestros niños en las escuelas. Se han dedicado a trabajar con los padres en la formación de los alumnos confiados a su cuidado. Les agradecemos de corazón su dedicación a los niños y su compromiso por lograr el éxito que tienen las escuelas católicas.

Que nuestras escuelas católicas sigan proporcionando el mismo tipo de atmósfera de fe, excelencia, y alegría que llevó a un cierto jovencito a buscar la pila bautismal … y consiguientemente el sacerdocio de Jesucristo.